El león colgado…, bautizaron a nuestras sierras. Esas que en cada crudo invierno vemos cubiertas con mantos blancos de nieve. Esas que durante las épocas de sequía se transforman en largas leguas de fuego, en pastizales y árboles ardiendo. Esas mismas que durante las temporadas de lluvia, descargan torrentes de agua bajando por sus laderas. Pero un lugar, dicen los criollos y los hijos de los hijos de los hijos…,

siempre quedaba aislado, quedaba inerte, del fuego, del agua, de la nieve. Como si no existiera dentro del mapa de esas elevaciones de tierras. Por donde ahora pasa la ruta a Potrero. Ahí en el que era campo de los Parra, a pasos del mirador.

Existe un árbol cuentan las viejas del campo, que tiene más años que el algarrobo abuelo.

Un árbol que está desde la época en que nuestras sierras no eran cubiertas por el verde de estos días.

Y allí nació la leyenda.

Los lugareños de otras épocas veían a sus chivos, gallinas y cabras, morir asesinadas por terribles garras. Animales destrozados por dientes afilados, cuerpos desmembrados.

Facón en mano, nuestros criollos buscaban en las noches a ese animal tan salvaje, que mataba.

En una de esas tantas vigilias se escucho el alarido de una garganta, pero esta vez humana. Inmediatamente a eso un gran rugido y nuevamente animales muertos.

Algunos aseguraban que un hombre indio se convertía el año siete y durante siete meses a partir del mes siete en un animal amarillo de larga cabellera. Algo parecido a lo que en otras tierras, llamaban el rey de la tierra.

Un brujo hizo un conjuro para atraer a aquella bestia.

Pidió a una madre ate a su niño a ese árbol solitario que aún hoy está firme casi sobre un pico, pero siempre en la ladera.

Tentaría así a la bestia que ya tenía en su haber víctimas humanas. Y la trama comenzó a tejerse.

Criollos, indios y gringos, prepararon sus armas.

Una noche de luna oculta, escucharon el grito del hombre que desgarraba y el rugido.

El niño fue puesto en el lugar elegido. Y la bestia hizo escuchar sus pasos caminando hacia su nueva víctima.

Las redes estaban listas, los trabucos, los fusiles, las lanzas y facones, hasta arcos con sus flechas habían salido de viejos escondites guardados desde las épocas de las guerras contra los invasores.

Los colores de piel codo a codo.

El terrateniente al lado del abrigado con apenas un poncho. Estaban preparados.

El niño llorando vio llegar a la bestia; la que desde quince metros salto hacia su nueva presa pero desde al aire llovieron los balazos, flechas y lanzas, y ese animal asesino apenas alcanzó a arañar al pequeño….., a sus pies cayó muerto.

Sus grandes ojos amarillos quedaron mirando fijo a aquel niño.

Cuenta la leyenda que una luz salió desde el cuerpo muerto y se perdió en el del inocente vivo.

Como a un trofeo lo colgaron desde el mismo árbol, desde donde se había tendido la trampa. Pero no aquí….., termina la historia.

Como en todo pueblo, existía aquel que llaman brujo, adivino, vidente. Y este habló

Y dijo, – el alma maldita de aquel ser había invadido el cuerpo del niño.

Entre festejos y vinos, no fue escuchado por los cazadores.

Anunció que cada siete años, el mes siete y durante siete meses, el león colgado reaparecería.

Pasó la noche y amaneció el día. Del árbol tan viejo, ese que aún vive, el sol mostraba un cuerpo humano, atravesado por balas, lanzas, flechas y facones.

Nadie pronunció una palabra. Y durante décadas no se hablo del hecho hasta nuestros días.

Las lenguas de nuestros viejos puntanos, soltaron prenda en el año siete, en el mes siete y cuentan por lo bajo que durante siete meses, en nuestras sierras………, la bestia o león……..acecha y en cada año en el mes siete, los muertos volverán a aparecer en nuestras sierras y malditos quedarán aquellos que rompan, la armonía de esas tierras. En la zona de nuestras sierras, allí donde hoy están las viviendas sobre la Autovía 25 de Mayo, la ruta a Potrero y el monasterio…..

Edgar Fabián Ferrarelli El Punteño

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